Comentario
El rey hitita Mursil I había destruido Babilonia en 1595 y de esa manera se ponía fin a la dinastía paleobabilónica de Hammurabi. El vacío de poder será aprovechado por los casitas, a los que ya habíamos visto merodeando por Mesopotamia central e incluso instalados en el reino de Khana. No sabemos cuál es su lugar de procedencia, pues su lengua no esta emparentada con ninguna de las que se hablaban en el Próximo Oriente; sin embargo, sabemos que su irrupción en Mesopotamia se hace desde el Zagros. Al parecer entran como trabajadores en busca de empleo, lo que permite encontrar onomástica casita distribuida por muchas ciudades mesopotámicas a lo largo de la primera mitad del II Milenio, pero al mismo tiempo se producen incursiones de carácter hostil.
La escasez de fuentes nos impide saber a partir de qué momento existe el reino de Karduniash, denominación de la Babilonia casita. El antepasado que sirve como referente dinástico es un tal Gandash, cuya cronología es imposible establecer. Cuando encontramos definitivamente asentada la dinastía en Babilonia, los casitas -al menos su grupo dominante- han abandonado su lengua y en buena parte su cultura para adoptar la babilónica que, por cierto, en esta época alcanzará un gran desarrollo.
El silencio de las fuentes se interrumpe hacia 1550. Entonces nos permiten saber que reina Agum II, el primer monarca del que conservamos inscripciones propias. Gracias a ellas podemos saber que extiende sus dominios hasta el Éufrates medio, pero aún es independiente el País del Mar, es decir, el extremo meridional de Mesopotamia. Sus sucesores serán capaces de controlar la totalidad de la Baja Mesopotamia al someter el País del Mar, y de esa manera adoptan el título de reyes de Súmer y Acad, significativo como enraizamiento de las tradiciones locales, para justificar ideológicamente la dinastía que los habitantes reconocían como extranjera.
En la frontera septentrional se hallaba el reino de Assur, con el que se establecieron tratados que garantizaban la estabilidad, sobre todo a partir del reinado de Karaindash, en la segunda mitad del siglo XV, que mantiene incluso relaciones con Amenofis II y es considerado en las cancillerías de la época como un gran rey.
Pero el monarca probablemente más importante de la dinastía de Karduniash es Kurigalzu, quien hacia 1400 sube al trono de Babilonia. Es el constructor de la nueva capital, Dur-Kurigalzu (actual Aqarquf), como expresión máxima de la propaganda política destinada a demostrar su potencia económica y el carácter regenerador de su mandato. Las relaciones de amistad del rey casita con Egipto se ponen de manifiesto en la correspondencia amárnica, mediante la cual conocemos, entre otras cosas, el matrimonio de Amenofis III con una hija de Kurigalzu; por otra parte, los intercambios de regalos a lo largo de todo el siglo XIV entre las dos cortes suponen un verdadero comercio de Estado, sometido a la llamada economía del don-contradón, propia de las relaciones aristocráticas personales e interestatales a lo largo del segundo milenio y que se mantendrán en algunas comunidades hasta bien entrado el primero.
La debilidad del estado de Mitanni provoca complicaciones en Babilonia, ya que el reino dependiente asirio logra emanciparse y durante el reinado de Assurubalit, las discordias internas en la corte casita son aprovechadas por el asirio para imponer como monarca a su biznieto, Kurigalzu II (1345-1324), que era todavía niño. No obstante, a la muerte de Assurubalit, Kurigalzu II consigue eliminar la tutela del vecino septentrional y consolida su poder, lanzando incluso una campaña contra Elam. La caída de Susa en sus manos, sin embargo, no quedó consolidada, pero le permitió, al menos, restaurar el prestigio internacional de Babilonia estrechando lazos de amistad de nuevo con Egipto y con la nueva potencia internacional: el Imperio Hitita. Una de las características más destacables de la política exterior casita es su equilibrio, que se prolonga hasta mediados del siglo XIII, a pesar del difícil vecindaje con asirios y elamitas, y a pesar también de la inestable situación internacional.
Probablemente un erróneo cálculo estratégico marca el comienzo de la decadencia de la Babilonia casita, cuando Kashtiliash IV, aprovechando la subida al trono asirio del joven Tukulti-Ninurta en 1243, intente arrebatarle parte de su territorio. La respuesta se convierte en una contundente victoria asiria y la toma de Babilonia en 1235, que conocerá un interregno asirio de siete años. La escasa capacidad de los sucesores de Tukulti-Ninurta permite un cierto desahogo para la dinastía casita restaurada. Sin embargo, la hostilidad entre Asiria y Babilonia había permitido la recuperación de Elam bajo el liderazgo de su rey Shutruk-Nahhunte, que terminará tomando Babilonia: la ciudad cae una vez más en 1156 y su dios Marduk emprende de nuevo la senda del cautiverio. De este modo se produce el fin de la dinastía casita que durante cuatro siglos había dirigido los destinos de Babilonia. Sorprende, frente a las conductas habituales de los grandes estados, la falta de pretensiones expansionistas por parte de los reyes de Karduniash. Es posible que la razón estribe en la grave situación que padecía el reino. Desde la época paleobabilónica se aprecia un sensible decrecimiento demográfico que se manifiesta dramáticamente en este período. Algunas zonas conocen una reducción de la mitad de sus efectivos demográficos y la tónica general es la disminución considerable del tamaño de las ciudades. Al mismo tiempo se observa un relativo crecimiento de las aldeas rurales. Esto significa que la llegada de los casitas no fue masiva, extremo por otra parte confirmado por la onomástica. Los invasores probablemente nutrieron el cuerpo militar especializado en el combate a caballo o en carro, con una técnica análoga a la de los maryanni, indo-arios de Mitanni. Estos eran algunos de los beneficiarios de las donaciones de tierra que hacía el rey y que quedaban garantizadas mediante unas cédulas de propiedad en forma de mojones, llamadas "kudurru".
Pero la mayor parte de la población rural que antaño podía ser propietaria, se ha convertido ya en servidumbre territorial que trabaja en los grandes dominios de los templos, del palacio o de los poderosos particulares. Es decir, la gran masa social queda sometida a unas relaciones de dependencia que hacen desaparecer el antiguo tejido social basado en campesinos libres, con prestaciones de trabajo obligatorio. De este modo, las ciudades, que antes estaban habitadas por trabajadores dependientes de los templos o del palacio, ahora lo están por funcionarios en general bastante aliviados de cargas fiscales. Por el contrario, el campo, donde antes vivían campesinos libres, está ahora habitado por la servidumbre territorial.
La nueva situación socio-económica permitió a los monarcas obtener recursos suficientes para acometer importantes obras públicas y mantener un funcionariado cuyo sector intelectual desarrolló considerablemente el conocimiento científico y alentó la recopilación literaria religiosa y laica. Sin embargo, al final del periodo casita, la situación se había agravado hasta unos límites insostenibles, que quizá justifiquen el ataque de Kastiliash IV contra Asiria. De hecho, la banca estaba controlada por un reducido número de familias enriquecidas súbitamente gracias a la imperiosa necesidad de los prestatarios, que confirman así la penosa situación económica. Otros síntomas son los desplazamientos de operarios dependientes del estado con sus familias e incluso los casos de exenciones fiscales, medidas de excepcionalidad tendentes a impedir el conflicto social. En tales circunstancias no resulta demasiado sorprendente que el estado no pudiera soportar la presión a la que se veía sometido desde el exterior, que se manifiesta como agente último en la desaparición de Karduniash.